San Pedro Mártir y Don Juan Valera

 en Protagonistas

Publicado por José Jiménez Urbano en El Bermejino nº 302 abril 2005.

Imagen de San Pedro Mártir en las ruinas de la Iglesia Dominicana de Doña Mencía

En este mes de abril, en el que nuestro pueblo celebra las tradicionales fiestas en honor de su Santo Patrón, se conmemora también el primer centenario de la muerte del escritor Juan Valera, tan vinculado a Doña Mencía. Esta coincidencia me mueve a traer a estas páginas lo que de San Pedro Mártir dice Valera, si bien soy consciente de que, a primera vista, este tema puede parecer repetitivo pues son ya varias las veces en que se ha tratado del mismo, tanto en estas páginas de El Bermejino como, anteriormente, en las del también periódico local Guía, tiempo ha desaparecido. Y digo a primera vista porque, según he podido comprobar, todo lo que se ha publicado sobre este asunto está basado en la obra literaria del escritor –Las ilusiones del doctor Faustino y Juanita la Larga, principalmente- y ahora vamos a hacerlo apoyándonos en sus cartas, las cuales, lógicamente, son más dignas de crédito que sus novelas, pues éstas pueden ser fruto de la fantasía en mayor o menor medida, mientras que su correspondencia epistolar refleja la realidad misma. No desaprovecharé, sin embargo, la ocasión de resaltar las múltiples coincidencias de ambas fuentes, pues que ello viene a reforzar cuanto se ha dicho de que muchas de sus novelas no son sino fiel reflejo de la vida y costumbres mencianas de aquella época.

Corre el año 1854 y Valera, tras el regreso de su segunda estancia en Lisboa, pasa una larga temporada en Doña Mencía. Desde aquí se cartea con Serafín Estébanez Calderón, a quien había conocido en la primavera de 1849, en Nápoles, en cuya Legación de España Valera había sido nombrado agregado sin sueldo. La estrecha amistad que nace entre ambos, pese a que Estébanez doblaba en edad a Valera, les lleva, cuando se separan, a mantener frecuente correspondencia; especialmente jugosas, y hasta escabrosas podríamos decir, son las cartas que de éste último se conservan dirigidas a su amigo desde Río de Janeiro.

Desde Doña Mencía escribe Valera a Estébanez, en carta fechada el 9 de abril de 1854: «En estas soledades no llevo una vida agitada como en Madrid, sino muy tranquila, si bien no por eso me dedico a estudios de ninguna clase, porque todo el día me lo paso charlando con mi padre, a quien hacía tres años que no había visto». Y desde Doña Mencía, mediante ésta y otras varias cartas, informa a su amigo de todo lo habido y por haber: le habla de literatura, de la biblioteca que aquí tuvieron los padres dominicos, del vino y funcionamiento de los alambiques, de las antigüedades –a las que Estébanez era muy aficionado- que aparecen en el Laderón y en el Valle de Genazahar, de las apariciones del fantasma de su bisabuelo, el Marqués de la Paniega, por los camaranchones de la casa que él habita, que es la de su madre, en Doña Mencía… Especial gracejo tiene cuando trata del aspecto costumbrista y habla, por ejemplo, de los apodos usados entonces en este pueblo, así como cuando describe las procesiones de Semana Santa, con usanzas que tan familiares nos resultan y que aún hoy en día se conservan… Dentro de este contexto, de extrañar sería que se olvidara de nuestro Santo Patrón, y he aquí lo que de él dice en carta fechada el 28 de abril de 1854:

«Mañana es el día del patrón del lugar, San Pedro Mártir de Verona, de quien, por ser la imagen de plata y pequeñuela aunque milagrosa, dicen los devotos que es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil demonios. Cuatro carretadas de santos han querido dar por él, en diversas ocasiones, los de Baena; pero aquí no han querido cambiarle por nada. Cuando faltan lluvias no hay más que amenazar a San Pedro con que se le dará un buen baño en el pilar de abajo, que es donde beben las bestias, y enseguida llueve. Por todo lo cual, y por otros mil motivos, que callo para mayor brevedad, hay aquí grande entusiasmo por el Santo Patrono; y no queriendo ya perder las fiestas que se le hacen, y la feria y velada con que se celebra su aniversario, me he quedado aquí más de lo que pensaba.»

No deja de sorprender que un hombre como Valera, que a sus treinta años ha tenido ocasión de admirar ya –como él mismo escribiría más adelante en una de sus novelas, hablando de don Juan Fresco y haciendo quizá un trasunto de su propia persona- «la bahía de Río de Janeiro y las costas fertilísimas que la circundan, y sus lagos interiores, y las cien islas de la bahía enorme llenas de perenne verdura, y sus sierras gigantescas, y sus florestas seculares, y sus bosque fragrantes de naranjo y limonero […] y el haber visitado las márgenes del golfo de Nápoles, tan risueño y lleno de recuerdos clásicos…», no deja de sorprender, digo, que confiese que no quiere perderse las fiestas y la velada que se le hacen al santo patrón de un humilde lugar como Doña Mencía. ¿No adolecería él también –como adolecía su compatriota don Juan Fresco- de «la arraigada condición del bermejino, quien jamás cree ni confiesa que haya nada más bello, ni más fértil, ni más rico que su lugar y los alrededores de su lugar…»?

Lo de que “San Pedro es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil demonios” parece que le hacía especial gracia a nuestro escritor, pues lo repite en varias ocasiones. En junio de mil ochocientos setenta y dos muere su madre, la marquesa de la Paniega, en París, a consecuencia de un accidente ferroviario. Valera tiene que trasladarse a Doña Mencía para arreglar los asuntos de la testamentaría, y desde aquí, el doce de septiembre de dicho año escribe a su mujer poniéndola al corriente de todo. Pero no sólo trata de la herencia, sino de otras muchas cuestiones, y, entre otras cosas, le dice: «El 14 es el día de Nuestro Padre Jesús, patrono del lugar en competencia con el famoso San Pedro Mártir de Verona, el cual es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil demonios. La imagen de Jesús con la cruz a cuestas es de nuestra familia…»

Observemos que entre una y otra cartas han pasado ya dieciocho años y que sólo dos años más tarde –en octubre de 1874- empieza a publicar, por entregas en la Revista de España, su novela Las ilusiones del doctor Faustino, en la que desarrolla con más detalle todo lo que referente a San Pedro contó a Estébanez Calderón y, por supuesto, vuelve a repetir lo del tamaño y lo de los milagros. Creo que, para poder compararlo, vale la pena recordarlo otra vez aquí:

«La imagen del Santo Patrón es de plata y no tendrá más de treinta centímetros de longitud; pero el valor no se mide por varas. Según tradición piadosa, en otro lugar inmediato ofrecieron una vez por este santo pequeño quince carretadas –aquí exagera; antes eran cuatro carretadas- de otros santos de otros linajes y dimensiones, y el cambio no fue aceptado. El Santo pagó con usura el amor que sus ahijados le profesan […].

«Confieso que el espíritu crítico de nuestra época ha penetrado también en este lugar amortiguando el entusiasmo por su santo Patrono; pero aún recuerdo el frenesí, el profundo afecto de gratitud con que le aclamaban, años ha, cuando le sacaban en procesión e iba la fervorosa muchedumbre gritando delante de él: “¡Viva nuestro Santo Patrono, que es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil demonios!”, expresión sincera de la persuasión en que estaban de que su santo, si es lícito buscar ejemplos en lo profano para lo sagrado y en lo material para lo espiritual, así como tal máquina de vapor tiene fuerza mecánica de tantos miles de caballos, tenía fuerza taumatúrgica de cinco mil demonios, a pesar de lo pequeño que era.

«Lo que yo no he visto nunca, lo que no quiero creer, lo que me parece invención y habladuría de los pueblos cercanos para dar vaya a los de este pueblo, es el exceso de familiaridad con que trataban en ocasiones a su santo, llevándole, cuando no llovía, a una fuente que llaman el Pilar de Abajo, y zambulléndole allí para que lloviese, lo cual, se añade, no dejaba nunca de ocurrir en el acto o pocas horas después. Sobre esto de la zambullida tengo yo mis dudas. Los lugareños de Andalucía son envidiosos y burladores, y pueden haberlo inventado sin fundamento.»

Con respecto a “la feria y velada con que se celebra su aniversario”, que don Juan no quería perderse, según hemos visto confiesa a su amigo Estébanez Calderón, poco se diferenciaría de la que describe en Juanita la Larga –aunque en esta novela, en lugar de Villabermeja, Doña Mencía se convierte en Villalegre, y San Pedro aparece con el nombre de “su jefe”, esto es, Santo Domingo-, y también de la que, de forma más resumida, relata a su mujer, en sendas cartas escritas desde Doña Mencía, fechadas el 12 y el 15 de septiembre de 1872, respectivamente, si bien en éstas se refiere a las fiestas en honor de Jesús Nazareno. Omitiremos aquí, por no ser prolijos, lo que cuenta en su novela, y nos limitaremos a sus dos citadas cartas. Dice así Valera en la primera de ellas:

«Para la procesión han venido músicos de Baena, que llaman aquí los cagalentejas –en Juanita la Larga los llama, eufemísticamente, tragalentejas-. La velada de la víspera dicen que será espléndida: habrá mucho turrón de todas clases; grande abundancia de gitanas friendo buñuelos, chochos, avellanas, garbanzos tostados y otras chucherías. Ha venido también una compañía de cómicos ambulantes, que van a dar lo menos quince funciones.»

Y, en la segunda carta: «Por último, cuando ya menos se esperaba, vinieron ayer los músicos o cagalentejas […]. Por la noche tuvimos velada en el Pradillo, donde la música estuvo tocando hasta las doce, y donde todo el pueblo, señoritos y gente menuda, se paseó y solazó, y comió turrón, garbanzos tostados, avellanas y otras chucherías. El olor del aceite de los buñuelos embalsamaba el aire.»

Su novela Juanita la Larga la publica Valera por primera vez en el periódico El Imparcial, de Madrid, entre octubre y diciembre de 1895. Cuando describe la procesión que en Villalegre se hace en honor de su Santo Patrono, entre otras muchas cosas curiosas, dice esto:

«La devota muchedumbre no veía pasar la procesión en reverente y mustio silencio, sino con alborozo y algazara, prorrumpiendo en nutridos y sonoros vivas, entre los cuales se oían a veces proposiciones candorosamente heterodoxas y aun un poco blasfemas de puro entusiastas; como, por ejemplo: ¡Viva nuestro glorioso Patriarca, que joroba a todos los demonios! ¡Viva nuestro Santo Patrón, que achica a todos los otros santos!»

Pero tengo por seguro que cuando Valera dice eso de que el Santo Patrón achica a todos los otros santos, usa de un eufemismo y pensaba en otra expresión más gruesa y malsonante, y, si queremos, utilizando su propio lenguaje, casi blasfema. Veamos, si no, lo que nos revela el contenido de una carta que he tenido ocasión de examinar y que creo que, hasta el momento, permanece inédita. Está fechada en San Sebastián, el 22 de septiembre de 1895 –precisamente, poco antes de empezar a publicar su citada novela-, y dirigida a su esposa: Se halla Valera en la capital guipuzcoana, a donde ha viajado acompañado de su hijo Luis, a resolver no sé qué asuntos y, entre ellos, a entrevistarse con S. M. la Reina, que estaría allí veraneando. Su esposa y su hija Carmen se encuentran en Biarritz, igualmente de veraneo. Y así chismosea a su mujer:

«Hasta las cinco y media de la tarde no salimos el 20 de Zarauz. La Marquesa de Villadarias y las damas que almorzaron con nosotros su detestable almuerzo nos entretuvieron. Fue un almuerzo de Marquesas, pues a más de la anfitriona, estaban allí las de Donadío, Casa Torres y Coquilla.

«Aquí, en la misma fonda, hemos hallado a otra marquesa que se caga en todas, como dicen en Doña Mencía, de San Pedro Mártir, que hace la mencionada operación en todos los demás santos del cielo.»

Salvando la irreverencia y la posible ironía, no cabe duda de que las cosas de Doña Mencía siempre las tenía presentes, le divertían y las llevaba en el corazón. A este respecto, y también referido a nuestro Santo Patrono, podemos poner otro ejemplo. Por aquel año de 1895, en que escribe su Juanita la Larga, la filoxera ya ha arrasado los viñedos de Doña Mencía y su comarca, extremo que pone de relieve en dicha novela cuando dice: «Esta rica, aunque pequeña población de Andalucía –se refiere a Villalegre, esto es, Doña Mencía- estaba muy floreciente entonces, porque sus fértiles viñedos, que aún no había destruido la filoxera, producían exquisitos vinos…» Valera no habla aquí sino de su propia experiencia. Su ya de por sí maltrecha economía –la sindineritis crónica- se ve agravada al quedar improductivas las viñas del Alamillo. Su inveterado deseo de venir por estas tierras, que no visita desde el otoño de 1883, se ve frenado por el temor del espectáculo que imagina encontrarse, según confiesa a su propia mujer en carta que desde Madrid le dirige con fecha 27 de agosto de 1895: «A veces siento deseos de ir yo también a Cabra y a Doña Mencía, pero me arredra el temor del malísimo rato que voy a tener y de la melancolía que va a infundir en mi alma la vista del Alamillo completamente perdido por la filoxera…» Son los mismos sentimientos que expresa cuando, con fecha 22 de octubre del mismo año, escribe a su amigo menciano, D. Juan Moreno Güeto: «Yo supongo e imagino con dolor, que la desventura y pérdida del Alamillo hacen más cruel lo afligido y tronado que estará ese lugar por los estragos que en sus antes fértiles viñas ha hecho la filoxera». Con todo, el sombrío espectáculo que se imagina no es impedimento para que, seguidamente, con tinte de buen humor y sin demasiada ironía, manifieste lo que sólo a un menciano se le ocurriría manifestar: «Buena ocasión sería ésta de que nuestro milagroso patrono San Pedro Mártir se luciese haciendo un milagro que nos sacase de apuros y nos pusiese a flote. Pero se conoce que el santo está enojado de nuestra impiedad y no quiere ya favorecernos. No hay más que tener paciencia.»

Creo no descubrir nada si digo que lo que antecede no es sino una pequeña muestra de la inclinación que Valera sentía hacía Doña Mencía –su tierra, su lugar, como solía llamarlo- y de lo que gustaba de las tradiciones mencianas, hecho que se refleja tanto en sus cartas como en sus novelas.

 

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