Don Juan Fresco
Publicado por José Jiménez Urbano en El Bermejino nº 123 noviembre 2000
Posiblemente sea éste, don Juan Fresco, natural y vecino de Doña Mencía, el personaje más veces citado en la obra literaria de Valera, y es en la novela Las Ilusiones del doctor Faustino donde lo saca a relucir por primera vez. En la introducción a esta novela, después de trazar un boceto biográfico, a todas luces imaginario por novelesco, de nuestro personaje, pasa a decir: «Cuando yo estaba en Villabermeja, solía dar largos paseos, por las tardes, con don Juan Fresco, viniendo luego a reposarnos los dos en un sitio llamado la Cruz de los Arrieros, a la entrada del lugar […] Desde la Cruz de los Arrieros, sostenía don Juan Fresco que se disfrutaba de la vista más hermosa del mundo. Yo me sonreía y le miraba con atención, para ver si se burlaba al afirmar aquello. En su rostro no se notaba la más ligera señal de que hablase irónicamente o de burla. Era, sin duda, una alucinación patriótica»1. No deja de llamar la atención, por lo real, la descripción del paisaje y puesta de sol que don Juan Valera hace a continuación de lo expuesto.
Nadie que no hubiera contemplado repetida y detenidamente el panorama desde tal sitio y en un atardecer otoñal podría haberlo hecho con tanto realismo. Y es de suponer, puesto que el escritor lo dice, que don Juan Fresco le acompañara en alguna ocasión. Porque don Juan Fresco existió en la realidad en Doña Mencía, si bien de carácter muy distinto a como Valera nos lo pinta, según tendremos ocasión de apreciar por los datos biográficos que más adelante se aportan. Su nombre propio era el de Juan Cubero Prieg2 y, en principio, no le hizo ninguna gracia ver su apodo en «los escritos», de tal modo que mostraría su disgusto y Valera tuvo que servirse de su también buen amigo menciano, don Francisco Moreno Ruiz, más conocido como El Morenito, para que intermediara, según expone en carta que escribe a éste último desde Madrid, fechada el 3 de marzo de 18763: «Mi querido Moreno: No recuerdo bien si contesté o no a su última carta de Vd. en que me daba Vd. ya el enojo de D. Juan Cubero por terminado. Si no contesté lo hago ahora dándole mil gracias por sus buenos oficios de pacificador. Esta situación la recoge el escritor, tal como sucedió en la realidad, en su novela El Comendador Mendoza, publicada en 1876, cuando relata en sus comienzos: La última vez que estuve en Villabermeja ya habían salido a la luz Las ilusiones del doctor Faustino. Don Juan Fresco me mostró en un principio algún enojo de que yo hubiera sacado a relucir su vida y las de varios parientes suyos en un libro de entretenimiento, pero al cabo, conociendo que yo no lo había hecho a mal hacer, me perdonó la falta de sigilo». Y a continuación, según el escritor, don Juan Fresco le contó la historia del comendador Mendoza.
Pero la verdad es que don Juan Valera no estaba muy seguro de la reacción de su personaje, y así lo manifiesta a don Francisco Moreno, en carta que desde Madrid le escribe en enero de 18774: «Supongo que habrá Vd. recibido «El Campo». En él publicaré a pedazos una nueva novela bermejina , que me cuenta don Juan Fresco. Espero que este señor no se me volverá a enojar, porque yo le doy su apodo a mi Musa».
Se enojara o no su tocayo, don Juan lo saca a relucir en otras muchas ocasiones. Así, en la novela Doña Luz, publicada por primera vez en la Revista Contemporánea, entre noviembre de 1878 y marzo de 1879, en la que también se supone que le cuenta al escritor la trama y en la que el propio don Juan Fresco aparece como un Cincinato -en expresión del autor- afincado en Villabermeja, y cuya actuación y poder en asuntos electorales tanto nos recuerda la de don Francisco Moreno Ruiz en la vida real.
La publicación de esta última novela se la hace saber a su amigo menciano don Juan Moreno Güeto, medio hermano del ya repetidamente nombrado Moreno Ruiz, en carta que desde Madrid le dirige con fecha 27 de abril de 18795: «Celebro que «Pepita Jiménez» y «El Bermejino prehistórico» sean tan leídos de los bermejinos de ahora. No hace muchos días he publicado otra nueva novela, que se titula «Doña Luz», cuya acción pasa en Villafría, lugar cercano a Villabermeja, y que podemos suponer que es Baena o Castro del Río o lo que se quiera». En «Doña Luz» hace también un papel importantísimo don Juan Fresco.
También El Bermejino prehistórico es una historia que se supone que le cuenta don Juan Fresco, cuya acción se inicia en la ciudad de Vesci, de donde era natural el protagonista, Mutileder, ciudad que según la novela existía en la antigüedad en el sitio que apellidan el Laderón, a corta distancia de Villabermeja.
Estas continuas alusiones a su persona tenían, al parecer, de nuevo enfadado al verdadero don Juan Fresco, que se le muestra esquivo cuando el escritor viaja a Doña Mencía, si nos atenemos a lo que éste escribe a su amigo Narciso Campillo, en carta fechada en Villabermeja [sic] el 1 de abril de 18806: «Desde ayer estoy en este lugar. No he tenido el gusto de ver a D. Juan Fresco, que sigue enojado conmigo porque le he hecho famoso, y tal vez perdóneseme la jactancia, inmortal. Tan absurdos son los hombres de por aqu».
Pasan los años y el disgusto persiste, según nos informamos por carta fechada el 27 de octubre de 1883, que desde Doña Mencía dirige Valera a su antiguo compañero el Barón de Greindl , en la que, tras relatarle cómo se divertía por las noches en este pueblo, le dice: «Esta tertulia mía menciana tiene mucho de patriarcal. La gente me quiere bien y acude a ella. Quien no viene jamás es el pobre Don Juan Fresco, porque en el Casino le han molido y embromado algo pesadamente con que yo le saco en mis novelas tan otro de lo que él es; por donde él anda retraído y abroncadillo».
En tal caso, ¿quién y cómo era en la vida real don Juan Fresco? Sin duda alguna, como dice el propio Valera, bien distinto a como él lo pinta en sus novelas. Nacido en Doña Mencía el día 8 de junio de 1812, hijo de Antonio y Rosalía, su verdadero nombre, como ya se ha dicho, era el de Juan (para ser más exactos, Juan José) Cubero Priego7. En los años 1830 y 1831 en que fue llamado a filas «no tuvo la talla», y en el de 1833, en el que sí alcanzó la talla «Don Juan Cubero Priego, hijo de D. Antonio, se declaró libre del sorteo8, por afirmar en este acto los facultativos de medicina y cirugía que el referido padece de «una quebracía y se halla retocado de perlesía, defectos que le impiden para el servicio de las armas, mediante lo cual y que dicho padecer consta también a los concurrentes se declaró libre del sorteo».
En 1834 contrae matrimonio con doña María Consolación Roldán, hija de don Eusebio Roldán y de doña Gregoria Josefa Cubero9, los casó don Juan Raimundo Cubero, pariente del novio, y la ceremonia se celebró, como era habitual en aquel tiempo y en familias de lustre, en la casa del padre de la contrayente.
El matrimonio tuvo varios hijos y habitó, por las fechas que nos ocupan y hasta la muerte de ambos cónyuges, en la calle del Sacramento (la que actualmente se titula del Obispo Cubero)10, en casa cuyo solar ocupa hoy la entrada y escalinata de la nueva parroquia por dicha calle.
A la muerte de su esposa, ocurrida en 1878, según cuenta el historiador local José Montañez Lama11, siguió la devoción que aquélla había heredado de su padre, don Eusebio Roldán, de celebrar periódicamente tres fiestas a la imagen del Divino Nombre de Jesús.
De profesión labrador, según consta en su partida de defunción, no hay constancia de que durante su vida hiciera nada especialmente relevante, si bien en algunas ocasiones figura como Regidor en el Ayuntamiento12. Cuando contaba 74 años de edad, don Juan Cubero Priego falleció en Doña Mencía el día 1 de noviembre de 1885, a causa de una embolia pulmonar13.
Al menos hasta 1916 varias de sus hijas vivieron en la misma casa14, y según testimonios que he oído de personas ancianas que las llegaron a conocer, eran conocidas en el pueblo como las Frescas y también como las Cuberas.
Está claro que el currículo de nuestro paisano poco o nada tiene que ver con el del don Juan Fresco trotamundos y aventurero que presenta Valera en Las ilusiones del doctor Faustino , pero también que eso no quita para que en la realidad existiera una relación de amistad entre ambos personajes. Si no, no se entiende lo que Valera escribe a su hermana Sofía, estando de embajador en Washington, el 14 de abril de 188415: «Esto es grande, aquí se cría mucho cochino, pero, ya se asa uno de calor, ya tirita de frío, abominable clima, y la gente ordinaria, zafia y nada amena: prefiero mil veces el trato de Don Juan Fresco, del Morenito y del Cura Piñón». Se nota que Valera añora sus tertulias mencianas, cosa que sigue ocurriendo dos años y medio más tarde, cuando en octubre del 86 escribe desde Bruselas a su amigo el Doctor Thebussem (seudónimo del polígrafo Mariano Pardo de Figueroa, natural de Medina Sidonia): » Resulta que [aquí] no veo a nadie; que me aburro y que tengo`saudades´ de don Juan Fresco y de mis otros amigos de Villabermeja».
Por estas fechas el escritor empieza a identificarse sutilmente con su personaje. En la misma carta citada anteriormente, comenta al Dr. Thebussem16: «Recibí los dos ejemplares de la «Segunda ristra de ajos», y la he saboreado hasta chuparme los dedos, apoderándose de mi espíritu, con su amena lectura, el deseo de añadir a la ristra una cabeza gorda y lozana de mi cosecha. Pero el huerto mío está tan estéril y agostado, que me temo no produzca nada. Con este temor, y a fin de pagar a Vd. de algún modo su lindo presente, he enviado uno de los dos ejemplares a Villabermeja, a mi amigo Don Juan Fresco, a ver si él se anima y escribe una buena disertación, aunque ya está el pobre algo caído, a pesar de lo recio que es, pues los años no pasan en balde».
Por una carta que Valera escribe desde Viena a don Juan Moreno Güeto, en octubre de 1894, cuando ya había muerto el verdadero don Juan Fresco, parece innegable que algunas de las historias que el escritor publica procedían de Doña Mencía y le fueron realmente contadas por éste último. Así, cuando dice: «En una revista que sale en Madrid y se titula La España Moderna , estoy publicando un cuento portentoso, que oí contar en Villabermeja y que me comentó, explicó e ilustró con notas críticas, históricas y filosóficas, el Sr. D. Juan Fresco. Aún no sé ni puedo calcular si el cuento será aprobado y aplaudido por el público o si me valdrá censuras; pero, sea como sea, como el cuento procede de Villabermeja, yo quiero que vuelva ahí y sea conocido de mis paisanos. Sabido es que el cuento o novelita en cuestión es el titulado La buena fama, el cual no puede comenzar de manera más sugerente: Nada recuerdo yo con tanto gusto como las temporadas que he pasado en Villabermeja y los coloquios que allí he tenido con don Juan Fresco, mi querido tocayo. No había asunto sobre el que no hablásemos».
Meses más tarde -en junio de 1895- don Juan escribe nuevamente, asimismo desde Viena, a Moreno Güeto, mostrando su preocupación por que su cuento sea conocido por éste y por el resto de los mencianos, al tiempo que establece una comparación entre su musa -que personifica en don Juan Fresco- y la cervantina: «También quiero asegurarle que yo ni quiero, ni puedo, ni debo olvidarme de Doña Mencía y de los amigos mencianos. Todavía la última novelita, que he escrito, la supongo inspirada por don Juan Fresco, quien, aunque sea ambiciosa y soberbia comparación, es para mí como para Miguel de Cervantes es Cide Hamete Benengeli. Dicha novelita se titula La buena fama. Al editor encargué remitiese a Vd. un ejemplar, pero él no lo habrá remitido, cuando Vd. nada me dice. Cuando yo vaya a Madrid, enviaré a Vd. un ejemplar de La buena fama sobre la cual deseo saber su opinión y la de los bermejinos».
Por otra parte, tiempo atrás, ya había manifestado Valera a su amigo el Morenito, hablándole, entre otras cosas, de una edición en italiano que se iba a hacer de Las ilusiones del doctor Faustino, que17: » tomé varios apodos usados en Doña Mencía, y se los apliqué a mis personajes por la muchísima gracia que me hacen los apodos, pero los personajes míos que los llevan, en nada, absolutamente en nada se parecen a los en Doña Mencía apodados. De la misma manera el Don Juan Fresco mío puede ser Vd., puede ser mi padre, puede ser cualquiera antes que el Don Juan Fresco de por ahí». Parece evidente, pues, que el personaje literario que nos ocupa no se corresponde exactamente con una persona concreta, sino que puede ser un compendio de varias. Con respecto a la cita que hace Valera de su padre, resulta interesante lo que escribe Matilde Galera al final de un artículo titulado Apuntes para una biografía de Don José Valera y Viaña, publicado en el periódico La Opinión, de Cabra, en septiembre de 1984: «La figura de D. José Valera y Viaña no vivió sólo en el recuerdo filial de D. Juan, sino que pasó también a la literatura. Los viajes de D. Juan Fresco por América del Sur y por Oriente que se relatan en «Las ilusiones del doctor Faustino» y los de D. Fadrique en «El Comendador Mendoza» por los mismos lugares, constituyen una transfiguración literaria de los viajes de D. José Valera y Viaña, ambos personajes también, movidos por la «nostalgia de que padecen todos los bermejinos», acabarán su azarosa vida, como él, recluidos en Villabermeja.
Pero hasta el concepto que el propio autor tiene de su personaje vemos que va evolucionando cuando comenta en otra carta que, desde Madrid y en abril de 1897, dirige a Moreno Güeto18: «Es probable que, dentro de pocos días, La Época publique en folletín `Las ilusiones del Dr. Faustino´, que tanto enojaron al Don Juan Fresco de ahí, de quien yo sólo tomé el apodo, creando un personaje harto diferente, personaje que me ha servido luego para encarnar en él toda la parte `fresca´ o toda la faz desenfadada y alegre de mi propio carácter».
Y evoluciona de tal manera que, ya en marzo de 1905, al final de sus días, se siente plenamente identificado con su personaje, cuando con buen humor propone a su amigo el Doctor Thebussem nada menos que la regeneración de la cocina española, invitándole a componer entre los dos «un libro tan útil como ameno», cuyo largo título sería como sigue: «Regeneración nacional por virtud de la gastronomía y de otras artes castizas de bienestar y lícito deleite. Correspondencia epistolar del Doctor Thebussem y de su pariente Don Juan Fresco»19.
Un mes más tarde de escribir lo que antecede, don Juan Valera dejaría de existir. Había sobrevivido a su personaje cerca de veinte años.
1 Si bien la Cruz de los Arrieros no existe en la actualidad en Doña Mencía, sí se conserva el nombre del lugar en donde estuvo ubicada, a la entrada del pueblo.
2 Matilde Galera Reina, en el índice onomástico de su libro Don Juan Valera político, lo cita erróneamente como Juan Cubero Ruiz.
3 M. Galera, op cit . Carta n º 150.
4 M. Galera, op cit . Carta n º 157.
5 Cyrus DeCoster. Correspondencia de don Juan Valera (1859-1905), Ed. Castalia, 1956, pag. 58 (El nombre de «don Juan Moreno Güeto» lo aplica Valera a uno de los personajes de su novela El cautivo de Doña Mencía.
6Romero Tobar, Leonardo. Correspondencia. Ed. Castalia 2004, Volumen III, pág. 195.
7 Archivo Parroquial de Doña Mencía, Libro de Bautismos n º 24, folio 47 vto.
8 Archivo Histórico Municipal de Doña Mencía, Legajo 278.
9 Éste es el mismo del que Valera dice a Estébenez Calderón, en carta que le dirige desde Doña Mencía el 28 de abril de 1854: «Se llama este hidalgo don Eusebio Roldán, aunque nadie le conoce sino con el apodo de Polla -Santa».
10Archivo Parroquial de Doña Mencía, Padrones parroquiales de 1859 y 1874.
11 Bosquejo Histórico de la Iglesia Dominicana de Doña Mencía. En Boletín Real Academia de Córdoba n º 75, 1957, pag . 153.
12 Por ejemplo en 1844, (Archivo Histórico Municipal de Doña Mencía, Libro de Actas Capitulares de ese año).
13 Archivo Parroquial de Doña Mencía, Libro de Entierros n º 15, folio 12 vto.
14 Según el Padrón Parroquial de 1916 que es el último que se conserva en el Archivo Parroquial a excepción de otro que data de 1946 y en el que ya son varias familias extrañas a los Cubero las que figuran como vecinas de la referida casa. A título de curiosidad diré que, en el Padrón Parroquial de 1916 figura, junto a Consolación (soltera) e Isabel Cubero Roldán (viuda), un hijo de ésta última, Mariano Cubero Cubero , de 23 años. Éste, que en 1922 contrajo matrimonio en una Parroquia de Soria (L.B . 42 f . 62 vtº), a raíz del incendio del templo parroquial de Doña Mencía, ocurrido el 15 de septiembre de 1932, publicó una serie de tres artículos en el diario El Defensor de Córdoba sobre la historia de dicho templo, y al comienzo dice textualmente «Del libro en preparación de don Mariano Cubero y Cubero «Mi patria chica».
15 Carlos Sáenz de Tejada, «Juan Valera. Cartas íntimas «, carta nº 130.
16 «Segunda ristra de ajos» es el título de un librito que versa no sobre gastronomía como pudiera creerse, sino sobre otros verdes asuntos, que el Dr.Thebussem publicó en 1986
17 M. Galera, op . cit . carta nº 162.
18 C. DeCoster, op. cit . Pág. 244.
19 Carmen Bravo Villasante, «Vida de Juan Valera», Ed . Magisterio Español S.A. 1974, págs. 307-308.