El cura Piñón

 en Personajes Valerianos

Publicado por José Jiménez Urbano en El Bermejino nº 211-212, septiembre y octubre 1997.

Entre los no escasos personajes tomados de la realidad menciana con que nos encontramos en la obra literaria de D. Juan Valera figura el Padre Piñón. Es en la novela Las Ilusiones del doctor Faustino donde sale a relucir, y en una «posdata» que añade a la misma el autor se justifica diciendo que»los apodos no tienen chiste, son falsos, cuando no son populares. Es menester que los invente o al menos que los adopte el pueblo. Por eso, Respeta, Respetilla, don Juan Fresco, las Civiles y el padre Piñón, confieso que no son apodos inventados por mí; yo no hubiera tenido jamás la habilidad de inventarlos; pero las personas que en la narración llevan estos apodos, ni en costumbres ni circunstancias de la vida, ni en lances de fortuna, tienen nada que ver con los seres reales, tal vez conocidos en algún lugar con dichos apodos». Pero más adelante, añade: «En anecdotillas o lances realmente ocurridos, ¿cómo he de negar que abundan mis novelas?». Pienso que estas son las claves con que hay que interpretar ciertos personajes valerianos.

El Padre Piñón existió en la realidad, aunque era más conocido en Doña Mencía como el Cura Piñón, y Valera lo cita varias veces en su correspondencia, tratándole como amigo. Así escribe a su también amigo menciano don Juan Moreno Güeto1: «Mucho me alegraré que de vez en cuando, si V. me escribe, me dé noticias de los amigos de por ahí, por ejemplo, de Don Calixto, de Ángeles su mujer, y de Guillermito su hijo, de Vergara el escribano, de los curas Piñón y Pamparrasa».

Repetidas veces escuché de boca de mi suegro, Antonio Jiménez Cubero, apodado también Piñón y nieto de un hermano del cura -Manuel-, el origen de su apodo: «Su tío abuelo cantó misa ya muy mayor, con cerca de sesenta años. Cura de misa y olla, la gente le puso el Cura Piñón porque era muy menudo de cuerpo y el apodo pasó a sus hermanos y a los descendientes de éstos». Esta descripción coincide básicamente con la que nos da Valera: «enjuto y pequeñuelo recibió el nombre de Padre Piñón, y apenas si nadie recordaba su verdadero nombre».

Centrándonos en el personaje real, vamos a ocuparnos de sus circunstancias personales y familiares. Se llamaba Francisco Jiménez Priego, nació en Doña Mencía el 22 de octubre de 1813 y era hijo de Francisco Jiménez López, labrador y pequeño propietario, y de María Mateo Priego Cubero, que a la sazón vivían en la calle Arriba. Fue el segundo de los siete hijos que tuvo el matrimonio.

Dejando para el final a nuestro personaje, diremos que el mayor de los hermanos fue una hembra, de nombre María Josefa y que nació en 1812. En 1832 contrajo matrimonio con Juan Antonio Moreno Priego, el cual falleció en 1836 sin dejar descendencia. En 1845 se casó en segundas nupcias con D. Vicente de Priego Alguacil, de ejercicio trajinante, del que tampoco tuvo hijos. El matrimonio vivió en la Plaza Mayor y más tarde en la calle Arriba. Testó ante D. Tomás Vergara Cubero el 4 de abril de 1887, cuatro días antes de la muerte de Vicente. María Josefa moriría en 1891 rondando los ochenta años de edad.

El tercero de los hermanos se llamó Vicente, nació en 1816 y se casó en 1840 con Manuela Cantero Cubero, cuatro años más joven que él. Estos son tatarabuelos míos, abuelos de mi abuelo Juan Pedro Urbano Jiménez. Ella, pariente lejana del Obispo Cubero, prima hermana del famoso Don Juan Fresco y del entonces escribano público de la villa, el ya nombrado D. Tomás Vergara Cubero, amigo de Valera y a quien, equivocadamente, se le atribuye por algunos autores la paternidad de «Las Civiles», pareja de hermanas -Rosita y Ramona- que aparecen con este mote en la novela al principio citada. Tanto mi tatarabuela como Don Juan Fresco y el escribano eran sobrinos de D. Juan Raimundo Cubero Almoguera, quien hacia 1863, siendo Arcipreste-Vicario -según nos cuenta el historiador local José Montañez Lama en su «Bosquejo histórico de la Iglesia de Nuestra Señora de Consolación de Doña Mencía»-se ocupó, entre otras cosas, de restaurar la imagen del Cristo del Calvario y su ermita, así como de arrecifar el camino y de hacer un nuevo Vía Crucis. El Arcipreste era a su vez sobrino nieto de D. Miguel Ruiz Almoguera, nacido en Doña Mencía en 1738, quien allá por el año 1794 era Provincial de Andalucía de la Orden Dominicana, según se especifica en la primera página del libro 9 de Desposorios de la parroquia de Doña Mencía.

Vicente y Manuela, de recién casados, vivieron en la calle Pilar de Arriba, en casa que antes había sido de los padres de ella y ahora lo era de un hermano suyo, dos años mayor y llamado Pedro Amador. Éste era también amigo personal de don Juan Valera, y a él alude en varias ocasiones en su correspondencia con don Francisco Moreno Ruiz y con su propia mujer.

El cuarto de los hermanos, llamado José, nació en 1819 y casó en 1843 con María del Carmen Vergara Cubero, hermana del escribano ya citado. Eran parientes en tercer grado de consanguinidad y, según se desprende de la Bula unida a su expediente matrimonial, se comieron el arroz antes de las doce y tuvieron que casarse por la vía rápida, no sin apercibimiento de excomunión incluido. Sin embargo, al parecer, no tuvieron hijos o, si los tuvieron, morirían muy pequeños. Vivieron en la calle del Sacramento -hoy del Obispo Cubero- y más tarde en la calle Arriba, en la casa que hoy es propiedad y habitan los descendientes de Fernando Jiménez Priego, descendiente de Manuel, el último de los hermanos. José falleció en 1889 habiendo testado en 1881 ante el notario de Cabra D. Juan de Dios Pastor y Zafra.

El quinto, Miguel, nació en 1821 y casó con una zuhereña, María Dolores Romero Cañete; tuvieron ocho hijos y vivieron en la calle Arriba. Miguel falleció en 1886 y, a raíz de su muerte, la viuda y algunos de sus hijos, los que aún permanecían solteros, trasladaron su domicilio a Alcaudete, en la provincia de Jaén.

El sexto, María, moriría a edad muy temprana. El séptimo y último, Manuel, nacido en 1824, se casó en 1854 con Amelia Cubero Ruiz, de la que enviudó al poco tiempo sin tener descendencia. Contrajo segundas nupcias en 1857 con Dominga López Enríquez, de padres montillanos; vivieron en un principio en la calle Arriba y tuvieron cuatro hijos: María de la Paz (más conocida como Mariquita), Francisco, Vicente y María.

Aunque tengo entendido que el «título» pasó del Cura a todos sus hermanos, es en algunos de los descendientes de éste último, Manuel, en quienes se conserva en la actualidad.

Por fin, volvamos a nuestro personaje principal. Como ya hemos indicado, nació en 1813 y, por los padrones parroquiales de la época, suponemos que en la calle Arriba. En esta calle vivió con sus padres, en estado de soltero, hasta 1861, tal vez con cortas ausencias. Se nos pierde por los primeros años de los sesenta, precisamente por el tiempo en que hubo de cursar estudios eclesiásticos más o menos formales, si es que llegó a cursarlos, y hasta ser ordenado sacerdote. A este respecto, persiste entre sus familiares actuales el rumor o creencia de que su vocación fue interesada, es decir, que se hizo cura para beneficiarse de una capellanía fundada por un antepasado suyo, don Pedro Muñoz Alcaudete, en la ermita de la Virgen de las Angustias de Doña Mencía, uno de cuyos requisitos era el estar ordenado sacerdote para disfrutarla. Efectivamente, en el Archivo Parroquial he podido localizar la escritura de una capellanía cuyo último poseedor -desde 1831 a 1866- fue «D. Francisco Jiménez Priego»; sin embargo, de su lectura no se deduce la necesidad del orden sacerdotal para ser su titular. Bien es verdad que accedió a la titularidad tras un interminable pleito con otro aspirante -D. Rafael Vergara Cubero, hermano del escribano ya citado varias veces-, pleito iniciado en 1827, siendo ambos oponentes menores de edad por lo que estuvieron representados por sus respectivos padres, y que entre recursos y apelaciones alternativos duraría cuatro largos años, llegando en su quinta instancia hasta el Tribunal de la Rota, que lo falló definitivamente a su favor. Qué duda cabe que un pleito de estas características tuvo que ser sonado en el pueblo, siendo la comidilla de nunca acabar y dando lugar a suposiciones, rumores más o menos mal intencionados y a todo tipo de comentarios.

El hecho es que, ya en 1868, nos lo encontramos domiciliado en la casa número 68 de la calle Arriba, como «Don Francisco Jiménez Priego, de 54 años, Presbítero». En la misma vivienda se alojan su hermano Miguel y esposa con su numerosa prole y no volvemos a saber de él hasta 1874 -pues faltan los padrones parroquiales de los años correspondientes-, en que aparece viviendo en la misma calle, pero en la casa número 9, con su hermano José y esposa; con ellos vive una criada, Gregoria de Luna, de 43 años. A partir de 1875 le hallamos invariablemente en la calle Arriba, viviendo solo, sin familiares, asistido de alguna sirvienta o acompañado de algún matrimonio extraño. Desde 1880 hasta 1892 figura a su servicio una tal Manuela Gan Cubero, que en 1880 contaba con 44 años y que moriría en 1892. Aunque de un año a otro varía el número de la casa en que habita, debe tratarse de la misma, pues por la tradición oral, conservada por los actuales familiares, se sabe que siendo ya cura vivió en la calle Arriba, en la llamada «casa del Cristo». Esta casa es la última de la calle, en el Arquito Real, que se mantiene todavía en posesión de la familia y en la que, a pesar de posteriores obras y modificaciones, aún puede verse en su fachada la hornacina con una imagen de Cristo crucificado.

Volviendo atrás, en 1835, cuando sólo contaba veintidós años y llevaba poco tiempo gozando de su capellanía, un acontecimiento vino a perturbar la vida presumiblemente tranquila de nuestro hombre. Y este hecho nos va a permitir conocerle mejor, tanto moral como físicamente.

En efecto, por aquel entonces la primera contienda carlista o guerra civil estaba en su auge. Por el Decreto llamado «la quinta de los cien mil hombres» todos los solteros y viudos sin hijos, comprendidos entre los 18 y 45 años, podrían ser llamados a filas, quedando excluidos aquellos que pagasen al Tesoro la suma de 4.000 reales de vellón. Por el expediente al respecto que se guarda en el Archivo Municipal de Doña Mencía, a nuestro pueblo le correspondieron 33 mozos «en los cien mil del armamento general». Tras las oportunas alegaciones para la exención, que no fueron pocas y algunas de ellas desestimadas, quedaron en situación de poder ser llamados a filas cerca de 200 mozos. El futuro cura intentó escurrir el hombro -no fue el único-, pero sin suerte: «D. Francisco María Ximénez. hijo de Francisco, alegó padecer de humor escrofuloso el cual le impide el uso de la respiración, e informado el Ayuntamiento que no tiene antecedentes de esta enfermedad y que se halla robusto se declaró comprendido en el sorteo». Tampoco en el sorteo le acompañó la suerte, pues le correspondió el número 8, por lo que procedía su filiación junto a los 32 mozos restantes, y gracias a esta circunstancia aquí tenemos su descripción exacta: «D. Francisco Jiménez, hijo de Francisco y de María Mateo Priego, natural y vecino de Doña Mencía, de estado ordenado de tonsura, edad veintidós años, estatura menos de cinco pies, color blanco, pelo y cejas castaños, ojos melados, nariz regular, barba poblada, fue sorteado en once de noviembre de mil ochocientos treinta y cinco y le correspondió el número ocho». Por su parte, su hermano Vicente, que también había entrado en sorteo, quedó exento del servicio al corresponderle el número ochenta.

«De estado ordenado de tonsura», reza en su filiación, es decir, se le había conferido el grado preparatorio para recibir las órdenes menores. Luego su vocación o intención no fue tardía aunque tardara en realizarla. En cuanto a su estatura, viene a confirmarse inequívocamente lo que de él sabíamos: el pie, en el antiguo sistema español, era una medida de longitud que equivalía a un tercio de vara, o sea a unos 28 centímetros escasos. Si echamos la cuenta vemos cómo el futuro Cura Piñón no alcanzaba siquiera el metro y cuarenta centímetros de talla.

Mas por lo que se ve, la escasa estatura no era óbice en aquella ocasión para el servicio de las armas. Había, sin embargo, según hemos apuntado la posibilidad de exonerarse, previo pago al Tesoro de 4.000 reales de vellón, pero ¿quién tenía capacidad económica para ello? En Doña Mencía solamente dos se acogieron a la disposición: un tal Pedro Moreno, hijo de Josefa Bienvenida, viuda, a quien correspondió en el sorteo el número 27, y otro mozo, D. Francisco Mª Moreno, residente en Granada, a quien tocó el número 6, y que no era otro que el célebre Morenito.

Nuestro hombre fue citado a presentarse en Córdoba el 18 de febrero de 1836 pero, en un último intento de escaparse del servicio, se presentó el día de antes con no sé qué alegaciones. La cuestión es que, por oficio de la Diputación Provincial de Córdoba, dirigido al Alcalde de Doña Mencía, se notifica a éste que: «Francisco María Jiménez no se presentó (el día dieciocho), temiendo sin duda el descubrimiento del ardid con que se ha propuesto eximirse del servicio de las armas. En virtud prevengo a Vd. que si hubiere vuelto a ese pueblo lo remitan inmediatamente con la oportuna seguridad» o de lo contrario, se le declarará desertor, termina diciendo el referido oficio.

Ignoramos el desenlace del asunto pero, por el cariz tomado, probablemente no tuvo más remedio que apencar y tomar las armas contra los carlistas. No obstante, por la tradición familiar, se mantiene que «estuvo en la guerra de Cuba», tal vez con motivo de alguna insurrección indígena.

Ya hacia el final de su vida, posiblemente gozando de un bien merecido prestigio, sabemos que Montañez Lama acude a él como fuente de información para escribir su obra nombrada más arriba, pues en ella lo cita, entre otras personas, como tal.

En el año 1893 y hasta 1895, ya octogenario, continúa viviendo en la calle Arriba, según los padrones parroquiales de la época, asistido ahora por el matrimonio formado por Juan Priego Priego y María Jiménez López. Ésta es su sobrina María de la Paz, conocida como Mariquita, hija de su hermano Manuel y nacida en 1860. Estos datos concuerdan con los conservados por sus familiares hasta hoy, añadiendo que el cura costeaba para él y para su sobrina una criada, hasta que se puso «caucando» y, en esta situación, se negó a costearla, lo que le sentó a la sobrina muy mal y se disgustaron. Entonces el cura se marchó a Alcaudete, al arrimo de otros sobrinos suyos -éstos, sin duda, los hijos de su hermano Miguel- a quienes, a su muerte, dejó todos sus bienes excepto la casa de la calle Arriba que fue para sus sobrinos Mariquita y Frasquito. El asunto de la herencia fue causa de desavenencias, que no vienen ahora al caso, entre los parientes mencianos y los alcaudeteños, que tuvieron sus más y sus menos. Con posterioridad, Mariquita cedería su parte de la casa a su hermano Frasquito y en poder de descendientes de éste continúa en la actualidad.

Al efecto, he podido constatar que, según partida inscrita al folio 173 del «libro 1º de Defunciones de las iglesias unidas de Santa María y San Pedro de la ciudad de Alcaudete», «Don Francisco Jiménez Priego, presbítero, falleció el 5 de julio de 1897 en Alcaudete, a las diez de la noche, en la calle del Carmen, a la edad de 83 años, a consecuencia de disentería catarral» y fue enterrado -curiosa coincidencia de advocación- en el cementerio de Santa Catalina de dicha ciudad. Lamentablemente, en contra de lo usual, la partida no dice nada respecto a si testó, puesto que en caso positivo hubiera sido esclarecedora sobre este extremo.

Sirvan estas líneas para conservar la memoria, en su perfil humano y real, de un personaje menciano, si no importante, sí, al menos, curioso, al que Valera tuvo en aprecio y se encargó de inmortalizar literariamente con el nombre de El Padre Piñón.

1 Cyrus DeCoster, «Correspondencia de don Juan Valera, 1859-1905», Ed. Castalia 1956, carta fecha en Madrid el 22 de octubre de 1895, págs. 226-227.

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