El Bermejino: Mencianos célebres.
Publicado por Manuel Gómez Segura en El Bermejino nº 5, marzo 1980.
Con el artículo «Apuntes sobre la vida y obra de Fray Jerónimo Espinosa» de Cándido Rodríguez, publicado en el pasado número 3, iniciamos una página en nuestro boletín que vamos a dedicar a las personalidades más sobresalientes de nuestro pueblo. En este número seguimos con otro menciano, que si bien todos, al menos, hemos oído hablar de él, no debiéramos conformarnos con un somero conocimiento de su personalidad.
Según estudios hechos, el apellido Valera procede de Aragón, con derivaciones en la montaña leonesa; según estos estudios pasó a Andalucía durante la Reconquista. Hubo pruebas de ser noble en la Real Chancillería de Valladolid y en la Real Compañía de Guardias Marinas, tres veces entre los siglos XVIII y XIX.
La rama Alcalá Galiano viene de Alcalá, con casa solariega en esta villa de Doña Mencía, y del Galiano, cuyo origen se sitúa en Murcia. La prueba de su nobleza fue verificada por don Dionisio de Alcalá Galiano Pareja Valera de la Serna, de Doña Mencía, al pedir ingreso en la Real Academia de Guardias Marinas en 1775. En 1805, don Dionisio murió en la batalla de Trafalgar.
Estas dos estirpes habrían de juntarse más aun cuando don José Valera Viaña, oficial de Marina y Maestrante de Ronda, se casó en octubre de 1823 con doña María de los Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, marquesa de la Paniega, título heredado de su bisabuelo don Juan Alcalá-Galiano Flores.
El 18 de octubre de 1824 nacía don Juan Valera Alcalá-Galiano fruto de este matrimonio. Doña Dolores, al sentir se acercaba el alumbramiento decidió trasladarse a Cabra para una mejor asistencia médica, instalándose en cada de don Juan Ulloa, al principio de la entonces llamada calle de San Martín.
Los primeros años de su niñez los pasa don Juan en Doña Mencía, donde residen sus padres, y es fácil imaginar como sería esta. Jugaría con niños de su edad en esos juegos que todos hemos jugado cuando pequeños. En sus escritos quedan referidos estos juegos, como aquella refriega en El Retamar, de su novela El Comendador Mendoza. Pasará largas temporadas en el campo. En la finca de «El Alamillo», las viñas y los olivares serán su mundo, que le dejaran marcado para siempre. ¿Acaso estos primeros años de su niñez, en contacto continuo con la naturaleza, no le preparan para su gran amor por los clásicos?
Don Juan muchos años después, describiría con amor sus correrías por el campo: «Ya a pie, recorrimos la posesión, que es magnífica, variada y extensa. Hay allí más de cien fanegas de viña y majuelo, todo bajo una linde; otro tanto o más de olivar y por último, un bosque de espigas de las más corpulentas que quedan en pie en toda Andalucía. El agua del pozo de la Solana forma un arroyo claro y abundante, donde vienen a beber todos los pajarillos de las cercanías, y donde se cazan a centenares por medio de esparto con liga, o con red, en cuyo centro se colocan el cimbel y el reclamo. Allí recordé mis diversiones de la niñez y cuantas veces había ido a cazar parajillos de la manera expresada».
En una carta de su padre dirigida a don Luis Reinosa Frutos, de Málaga, nos ofrece esta visión del pequeño: «Juanito crece que da gusto. Es un niño serio, gusta de escuchar a los mayores, y con los criados se bandea de maravilla». A los seis años ya lee correctamente, y el libro que primero llama su atención es la Historia Antigua de Rollín, traducida por Villanueva.
A los nueve años aquella vida tranquila y campesina va a concluir. Estamos en el año de 1833 y muerte en El Pardo Fernando VII. Don José, el padre de don Juan Valera, de ideología liberal, es nombrado al hundirse el absolutismo comandante en armas de Cabra, y a poco, Gobernador de la provincia. Toda la familia marcha a Córdoba. Poco después, don José Valera pide el reingreso en la Marina, y le destinan a Málaga como comandante del Tercio Naval. Ver el mar es un acontecimiento para el pequeño Juanito. Ha cambiado radicalmente de paisaje. El mar le aproxima a uno de sus grandes amores: el mundo grecolatino. Ingresa en el Seminario Conciliar de Málaga en 1837 y continua sus estudios en él hasta 1840. A los once años escribe sus primeras poesías. Doña Dolores, la madre de don Juan, tiene proyectos matrimoniales para sus dos hijas, Sofia y Ramona, y cree poderlos realizar mejor en Granada, donde cuenta con amistades, mejor ambiente social y universitario.
Valera se va a vivir a Granada en 1841. En Málaga ha conocido a Espronceda, lee a Biron, Lamartine , Victor Hugo, y le ha echado la vista a Voltaire. Ha cumplido 17 años, tiene buena planta y sabe entre faldas no es cosa que sea incompatible con la sabiduría.